Confieso seguir sintiéndome atraída por la corriente socialdemócrata que pretende alcanzar el socialismo profundizando en la democracia y aceptando, en una primera instancia, las reglas del juego de la economía de mercado. Una corriente que defiende tanto a las capas medias de la sociedad como a la clase trabajadora y que intenta conducir a ambas por la senda de la sociedad del bienestar.
El Estado del bienestar, un medio para alcanzar un nuevo tipo de sociedad
Sin embargo, descarto abiertamente la corriente socialdemócrata representada por la fracasada Tercera Vía cuyas mentiras respecto a la guerra de Irak encarnaron a la perfección la traición a los principios que decía defender y que tanto daño ha hecho a la credibilidad socialdemócrata. Lo curioso es que a pesar de ser casi de consenso unánime el fracaso de esa Tercera Vía, la socialdemocracia europea sigue comportándose como si creyera en ella (salvo alguna excepción que merece la pena analizar).
Es como si se hubiera confundido el medio (el Estado del bienestar) con el fin: la sociedad socialista (sin descartar la necesidad de repensar esa sociedad socialista que soñaron nuestros abuelos y abuelas).
Porque si algo ha demostrado la crisis de 2008 es que el “fin” socialdemócrata tiene que ser algo distinto del Estado del bienestar que, aún poniendo ciertas cortapisas, deja intacta la capacidad capitalista de soslayar los cercos impuestos por las socialdemocracias de los Estados-Nación.
La traición de los aparatos, la complacencia de los dirigentes y la OPA hostil del capitalismo.
Hay que reconocer que la laxitud complaciente de los partidos socialistas europeos (y muy especialmente de sus aparatos) ha facilitado las cosas a la derecha, por no hablar de la abierta traición de sus acomodados dirigentes. Reconozcamos que los partidos socialistas se han limitado a ser, tanto en el poder como en la oposición, una versión “progresista” de la propia derecha. (Alguien lo ha definido, refiriéndose al Partido Demócrata estadounidense, como “liberalismo progresista”).
Es como si la derecha de siempre hubiera hecho “entrismo” en la izquierda socialista hasta anularla como tal, y una vez ganada la batalla, hubiera lanzado la OPA más hostil de las últimas décadas: el populismo ultraderechista de Donald Trump, el Brexit de la imperialista Gran Bretaña, la extrema derecha de Marine Lepen, de Holanda, de Austria o, en versión del Este, de los gobiernos de Polonia o Hungría.
En el Sur nunca hubo un verdadero Estado del bienestar
Todo ello con el agravante de que en los países del Sur nunca se llegó a alcanzar un verdadero Estado del bienestar ni se consolidaron instituciones democráticas fuertes e independientes capaces de frenar los embates de la derecha.
Es verdad que el Sur vivió los últimos años de gobiernos socialistas con las expectativas puestas en ese tipo sociedad que tanto admirábamos en el Norte. Pero se trataba de un espejismo…y de una farsa.
La socialdemocracia sureña ni siquiera había puesto el rumbo en esa dirección. Se limitaban a hacer creer a la gente que andábamos cerca de conseguirlo al amparo del falso “progreso” auspiciado por las sucesivas “burbujas” capitalistas y un puñado de leyes progresistas.
Y no se preocupó de hacer los deberes, dejando intactas las leyes que protegían los delitos financieros y las inoperantes estructuras políticas que debían habernos protegido como sociedad.
Pero tampoco los hicieron los partidos de países como Holanda o Dinamarca que, como decía más arriba, hacía tiempo que habían confundido el medio con el fin olvidándose de tomar la iniciativa frente al capitalismo post globalización.
Lo malo fue que cuando quisieron darse cuenta, habían perdido peso específico como partidos de izquierda quedándose sin armas para influir en su propio Estado. ¿Qué podían ofrecer entonces a una sociedad que ya contaba con un alto grado de bienestar si habían olvidado cuál era el siguiente paso y por qué era necesario darlo?
La realidad les pasó por encima y la crisis financiera del 2008 les hizo morder el polvo a la vez que despertaba el miedo (los miedos) de la gente y con ellos, los nacionalismos ultraconservadores.
El caso español
La traducción a España de esta situación global se manifiesta en con toda su crudeza en la situación que está viviendo el PSOE.
Mientras el ala más tradicional apela al pasado con una insensatez que produce rubor, otros sectores, en especial los militantes y simpatizantes, son conscientes de que si su partido no es capaz de enfocar un nuevo rumbo, se convertirá de forma definitiva en una sucursal de la propia de derecha.
Las similitudes del acto de Madrid en el que Susana Díaz se presentaba como candidata a la Secretaría General con los mítines de Rajoy en Valencia financiados por la Gürtel no son una simple cuestión formal y apelan a un mismo tipo de votante.
Se rata de un votante de derechas, progresista o conservador, que dispone ahora de tres alternativas muy próximas entre sí: El PP amable de la actual legislatura sin mayoría absoluta, un Ciudadanos que intenta captar a los votantes de derechas que detestan la corrupción de PP (y PSOE) y el PSOE de la Gestora y Susana Díaz incapaz de la menor autocrítica, que trata de hacernos creer bajo el vergonzante desiderátum de volver a ser un “partido ganador”, que son ellos quienes pueden devolvernos el Estado del bienestar, perpetrando una doble mentira, un doble engaño, una doble traición (ni hubo nunca un verdadero Estado del bienestar ni ellos nos lo pueden proporcionar).
El otro gran problema de la socialdemocracia
Porque ese es el segundo de los grandes problemas de la socialdemocracia europea: hace tiempo que carecen de instrumentos para oponerse al nuevo orden capitalista. Hace tiempo que, a fuerza de obsesionarse con los resultados electorales y su pérdida de poder, han dejado de pensar en si hay algo que pueden hacer de verdad para enderezar el rumbo, han dejado de preguntarse si la socialdemocracia tiene algo que ofrecer en el siglo XXI.
Y mientras no lo hagan, mientras cierren los ojos y quieran creer que sus crisis se resuelven encontrando al líder adecuado (como ocurre en España), seguirán perdiendo elecciones… (como ocurre en toda Europa).
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