Socialdemocracia, susto o muerte…

 

Introducción

La espectacular derrota del partido socialdemócrata holandés es el último síntoma conocido  de  la crisis de una ideología política que ha sido capaz de atraer a amplios sectores de la población europea durante décadas, logrando importantes ( aunque desiguales)  cotas de bienestar.
Una ideología que, sin embargo, parece haberse agotado sin haber logrado consolidar los importantes avances sociales, institucionales y económicos que llegó a propiciar en el Norte de Europa ni tampoco de extenderlos al Sur.
Sin embargo, en torno a la existencia de este fracaso parece haber tanta unanimidad como en la necesidad de que sea pasajero.
Lo malo de esa unanimidad es que coinciden en ella tanto amplios sectores de la izquierda como de la derecha, lo que convierte en sospechoso un consenso que parece reclamar que, de alguna manera, nada cambie demasiado.
Pero si a algo debe su crisis la socialdemocracia es precisamente a su estancamiento, a su incapacidad para adaptarse a los desafíos  de  la globalización  capitalista así como a  su  débil resistencia a la ofensiva del capital financiero  rabioso tras el frenazo del crecimiento que supuso  la crisis desencadenada por él mismo.
Mientras el capitalismo se reinventaba con osadía infinita, tomando la delantera a una posible rebelión de las víctimas de esa crisis, en muchos lugares de Europa la socialdemocracia dormitaba en los laureles del bienestar al que la mayoría de sus dirigentes habían accedido.
Sin ideas y sin ganas de luchar, esos dirigentes fueron incapaces de oponerse a la ofensiva del capital aferrándose a sus privilegios y confiando en que todo volvería a ser como antes si eran capaces de capear el temporal.
Hay que decir que en un fuera de juego similar se encontraban los minoritarios partidos de “clase”. Ellos, que debían haber sido los dueños de la calle, los depositarios de las luchas obreras, hacía tiempo que habían olvidado su papel.
Así, cuando la crisis se cebó con los países del Sur, los ciudadanos se encontraron con que no contaban con instituciones democráticas que no fueran una pantomima ni con organizaciones obreras preparadas para oponer una verdadera resistencia y mucho menos para tomar la iniciativa.
Ni la socialdemocracia había aprovechado sus años de gobierno para fortalecer las instituciones democráticas  creando un cortafuegos contra la corrupción ni los sindicatos y los partidos de clase habían intentado adaptarse al nuevo capitalismo de la deslocalización …
La izquierda hacía tiempo que no hacía los deberes y la gente se quedó sola frente a los desahucios, la corrupción, el paro y la pobreza.
Y mientras en España ( y en otros lugares)  los partidos socialdemócratas eran abandonados por los electores, y las nuevas formaciones comenzaban su ascenso, los gobiernos de siempre impusieron su ley apoyándose con pasmosa desfachatez en la debilidad de las instituciones e instrumentos que debían  haberles frenado (léase CNMV, Banco de España, legislación antifraude, tribunales diversos…)
Lo cierto es que aún no sabemos  si estamos asistiendo a la muerte de una ideología política o a su crisis más profunda de la que conseguirá salir renovada.
Tampoco sabemos si habida cuenta de que el populismo no es una ideología, los partidos de izquierda tenidos por tales serán capaces de ofrecer ideas renovadoras o se limitarán a esconderse tras un maquillaje populista  para parecer nuevos. En todo caso, parece imprescindible meditar sobre lo que nos está sucediendo para saber con qué armas podemos contar aún … porque todo parece indicar que los ganadores de la crisis ya  la han dado por terminada lo que, de ser cierto, resultaría  dramático para amplias capas de la población haciendo  buena la implacable frase de Warren Buffett: “Hay  una guerra de clases , y la estamos ganado los ricos

Continuará…

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