Mi querida Julia, me alegro de saber de ti.
Yo también te recuerdo perfectamente, tanto del restaurante peruano en que nos conocimos, como en nuestro encuentro norteño de aquel tortuoso verano. No sé si aún soy capaz de poner suficiente distancia con lo que pasó entonces, pero lo intento.
De hecho, durante el tiempo transcurrido desde que nos vimos por última vez, he tratado de ordenar y razonar sobre hechos y sentimientos, poniéndome a escribir sobre lo ocurrido. ¿Una novela?, tal vez…pero sea lo que sea, únicamente llegará a aflorar si es capaz de dar sentido a ciertas cosas que parecieran no tenerlo. Será una novela si esa es la fórmula capaz de extraer algún significado, por insignificante que parezca, donde yo no veo más que sinrazón.
Me pregunto si todo el esfuerzo profesional realizado desde el periódico por rozar con mis crónicas (tan negras, tan dolientes) ese misterioso sentido que emerge de los actos más atroces me servirá de algo a la hora de aplicarlo a mi propia vida. De todos es sabido que nadie puede ser un simple espectador. Nadie lo es, así que tal vez en esta ocasión me sirva.
Sin embargo, querida amiga, me viene a la memoria una frase, una idea, que nos invita a aceptar incluso lo más atroz como insignificante. Se trata del título de este post que te dedico con todo mi cariño… al fin y al cabo, solo somos polvo de estrellas, sin sueños ni destino…