A no ser que tenga algo que hacer en la calle, últimamente no me levanto antes del mediodía. Muchos días salgo a la calle al anochecer y la oscuridad salpicada de destellos rojos, verdes y amarillos, me envuelve y acompaña.
Cuando vuelvo a casa por la noche, atajo por un parque, pequeño y acogedor. Las farolas alumbran poco y se adivinan grupos de gente aquí y allá, con perros o sin ellos, jóvenes y no tanto. No se les distinguen las caras, sólo el bulto de los cuerpos que, en la lejanía confunden sus volúmenes y crean animales mitológicos.
No me da miedo pasar por el parque porque las sombras me acompañan. Mientras camino por el sendero puedo estar en Londres o en París, los árboles son árboles en todas partes: amables, protectores, nutrientes, bellos.
Somos sombras de lo que fuimos, recuerdos no muy veraces, nostalgias inventadas. Nos hemos deshecho como humo y nos estamos reconstruyendo peligrosamente, puede que no concuerden las moléculas y tornemos al futuro hechas otras, raras, deformes. O más guapas y compasivas. No lo sabemos.
Y ese no saber nos está matando.
Si tan solo pudiéramos abrazar, besar, entrelazar las manos, acariciar la espalda……..