Ese debe ser el primer objetivo del pacto de Estado contra la violencia machista que la sociedad en general, y las mujeres en particular, vienen pidiendo a golpe de huelga de hambre, de minutos de silencio, de días de luto… de desesperación.
Todo lo demás está bien, pero no salvará a las mujeres que, denuncien o no, van a morir este año.
Si se garantizara de verdad la seguridad de las que denuncian a sus agresores, no tendríamos que seguir escuchando las inútiles quejas de las autoridades ante los casos de las que mueren sin haber acudido a la policía.
Las mujeres víctimas de violencia machista tienen miedo, pero no son tontas. Y francamente, ¿para qué van a denunciar si eso no les garantiza la protección?, ¿para qué acudir a las autoridades si eso puede enfurecer más a su agresor sin proporcionarles una ventaja real?
Dejemos de culpabilizar a las mujeres que no denuncian y gastémonos el dinero necesario para salvarlas.
Puede que el dinero no solucione el problema del machismo a medio y largo plazo, pero es lo único que hoy por hoy salvará vidas.
Llamémoslo terrorismo machista y actuemos en consecuencia.
En un artículo reciente hablaba de las similitudes del fenómeno de los asesinatos machistas con el terrorismo . En aquel artículo lo comparaba con el terrorismo de ETA. En este, voy a hacerlo muy brevemente con el islamista:
¿A alguien se le ocurriría pensar que una orden de alejamiento disuadiría a un yihadista de realizar un atentado? Desde luego que no. Tanto su determinación fanática como la asunción de su propia inmolación convertirían esa medida en un ridículo papel mojado.
Pues algo similar ocurre con un asesino machista animado igualmente por una determinación fanática de imponer su voluntad a la víctima de su ira. Un asesino iracundo que, en muchos casos, está dispuesto a sumir la propia muerte con tal de imponer su voluntad a una mujer.
La policía española tiene una larga experiencia en lucha antiterrorista, démosla instrucciones y medios para que la apliquen. Empecemos por proteger de verdad a las mujeres en peligro de muerte mediante guardaespaldas personales, como se hizo durante la lucha antiterrorista y se sigue haciendo hoy con colectivos cuya seguridad es una cuestión de Estado.