Leo el libro El buen entretenimiento del coreano afincado en EEUU, Byung-Chul Han, y llego la dramática conclusión de que tanto darle vueltas al asunto del “sentido de la vida” ha sido una absoluta pérdida de tiempo.
Byung-Chul Han comienza por plantear en su obra dos perspectivas de concebir el mundo y lo hace al hilo de dos formas de entender la música: una, trágica, trascendente y profunda, hija de la Pasión (en la acepción religiosa de la palabra, pero no sólo) representada por Bach, Beethoven, Wagner…, y otra, ligera y entretenida, de la que Rossini sería su exponente más representativo con una música que no necesita de texto y que encuentra su razón de ser en la música misma. Estamos hablando de Occidente, claro está.
La primera de estas perspectivas es heredera de una forma de pensar de origen griego y que, moldeada por el cristianismo, se expresa en ideas de filósofos diversos como éstas:
La música ligera carece de gran Pasión, por eso su dicha es una apariencia falsa.
Es precisamente la antinaturalidad de la Pasión la que proporciona dicha y redime.
La tragedia griega hace elocuente el apasionamiento que en la naturaleza es mudo y lo colma de bello discurso.
Solo un hombre dolorosamente abatido como Beethoven (homo doloris) tendría acceso a la verdadera dicha.
Es vulgar todo lo que no habla al espíritu ni suscita más interés que lo sensible.
La verdadera felicidad es posible solo fragmentariamente como recuerdo de algo perdido o anhelo de lo inalcanzable.
La verdadera música es la que habla del sufrimiento y de la elevación que redime.
La segunda perspectiva se desarrolla sin el aplauso de ninguno de los pensadores más importantes. De hecho, algunos de ellos censuran esa visión con expresiones como:
El entretenimiento hace que la vida se desvíe de una existencia auténtica.
El mundo del entretenimiento son los infiernos que se hacen pasar por cielo.
El entretenimiento no es lo contrario de la preocupación, no es un entregarse despreocupadamente al mundo sino una forma decadente de la preocupación en la que la existencia se preocupa de proporcionarse cosas que la exoneren de su existir.
En el arranque del libro se plantean dualidades habituales del pensamiento secular que contraponen naturaleza y espíritu; cuerpo y alma; razón y sentimiento; pecado y redención. Dualidades que no existen en gran parte del pensamiento del lejano oriente, en el que el Haiku, por ejemplo, libera, redime el lenguaje de la coerción del significado o el Ukiyo-e, que afirma radicalmente el mundo cotidianao y pasajero. No alienta ningún anhelo de profundidad, verdad o sentido.
¿Y del sentido de la vida, qué?
Aunque el libro no lo aborda expresamente, su lectura induce a pensar que, visto lo visto, lo mejor puede ser echarse al monte y dejarse de verdades verdaderas para disfrutar o sufrir, según los gustos, como a uno le venga en gana.
Es decir, que tanto da apostar por el significado y el texto (lo que vendría siendo creer en que la vida tiene un sentido que debemos buscar) como no hacerlo y pasearse por la vida de una forma ligera sin hacerse preguntas que no son necesariamente nuestras preguntas, y cuyas respuestas son tan contingentes como el pensamiento dominante en el momento histórico que a cada uno nos ha tocado en suerte. Preguntas y respuestas ya obsoletas, por otra parte.
Mis conclusiones pueden parecer un tanto exageradas o incluso gratuitas y tal vez lo sean, pero lo cierto es que tras esta lectura siento enormemente no poder partir de cero, no contar con alguna referencia menos contaminada por siglos de cultura para pensarlo todo de nuevo.
Lo que sí intuyo es que si lo consiguiera, si hubiera otro punto de partida posible para mí, sería uno del que habrían desparecido dualismos como animal/humano, sentimiento/razón, femenino/masculino, subjetivo/objetivo…
Porque debería haberme dado cuenta antes de que, por poner un ejemplo, al asociar lo femenino a lo subjetivo y lo irracional se usa la misma lógica con que se establecen las líneas divisorias que separan a animales de humanos, sabios de plebe, virtuosos de pecadores, locos de cuerdos, entretenimiento de conocimiento… y que esa lógica es la lógica implacable de la dominación. Es la inspiración de la que se alimenta toda nuestra cultura que con su cháchara trascendental y sus normas oscuras, nos hace infelices, tristes y sumisos.
Y no, no sirve ya habar de conciliar dicotomías porque ya no tiene sentido. Hay que sacar conclusiones nuevas, ir en busca de una libertad que nos permita declarar el adiós a la nostalgia por el Paraíso perdido y hacer más ligeros el pensamiento y la vida; recordar que tal vez la muerte por sí sola no justifique todo cuanto hemos construido para huir de ella (y, de paso, para dominar el mundo ), que quizá hemos equivocado el tiempo y que la muerte no es la clave de absolutamente nada.
Adiós por tanto a la redención, al pecado y sobre todo, adiós a la muerte, al menos en la forma en que tradicionalmente se opone a la vida.
Hola, en todo caso, a recorridos personales que, si se desea y sólo si se desea, nos proporcionen un relato o un propósito satisfactorio. Se trataría simplemente de escucharnos a nosotros mismos para encontrar un contexto existencial propio en el que nos sintamos confortables.
Pero creo firmemente que también se puede vivir sin ese propósito sin que por ello nos convirtamos en seres alienados o anodinos.
POR CIERTO: tanto Hegel como Nietzsche (apegados a la lógica de “la pasión” como pocos) escribieron comentarios privados sobre cómo al asistir a alguna representación de Rossini habían vivido experiencias propias del mismísimo Paraíso. ¡Lo que son las cosas!, puede que muchos como ellos en vez de nostalgia, lo que sienten por el Paraíso, es puro y simple miedo.
Un pensamiento en “Un libro y el sentido de existir.”