Los americanos no inventaron el cine, pero lo parece. Se apropiaron de su patrimonio. Construyeron la mayor industria, para convertirlo en una gran máquina de exportación cultural. Y se inventaron la ceremonia de la entrega de los Óscar de Hollywood que es la mayor operación de marketing del cine.
Entorno a estos premios de la Academia de Cine norteamericana, contra ellos o a favor de ellos, giran los éxitos y fracasos del cine mundial desde hace muchas décadas. Ben Hur (http://www.filmaffinity.com/es/film391543.html), la cinta con más premios Oscar, no es la mejor película de la historia, pero sin ella tampoco es posible entender la historia del cine.
Hoy el cine casi nunca es posible sin la televisión. Los 40 millones de televidentes de la ceremonia de entrega de los premios Oscar no hacen sino ceder al medio más poderoso, al medio televisivo, la hegemonía de la industria cinematográfica. Muchos son los que han visto en ello, el final de una época, de un arte y de una industria.
Por eso, el cine europeo nunca se ha identificado con el modelo hollywoodiense. Por eso, de igual modo que los partidarios, la lista de los detractores es larga. Entre los más críticos, Bergman, Buñuel, Godard (https://noescinetodoloquereluce.com/2010/09/jean-luc-godard-no-quiere-el-oscar.html), o el propio Marlon Brando, o tantos independientes como Cronenberg, Kaurismaki.
Muchos de nosotros, que consideramos el cine como nuestro “tesoro sagrado” queremos también opinar en el debate sobre el pasado, presente, y futuro del cine. Por ello, esta semana dedicamos este blog a un monográfico sobre el cine. Con aportaciones de unos y otros trataremos de ofrecer un pequeño caleidoscopio del cine. Gracias a vuestra participación. Ya estáis invitados, lectores.
Una imagen verdadera
En el documental que Win Wenders (http://www.wim-wenders.com/) realizó en 1985 como homenaje a Yasugiro Ozu (https://www.youtube.com/watch?v=vWEJwe_BQas), el director de cine japonés que tanto admiró, titulado Tokyo-Ga (https://vimeo.com/158621751), el director alemán califica la obra de Ozu como “su tesoro sagrado del cine”.
Wenders, que busca en Tokio, la imagen inmaculada que el director japonés le reveló en sus películas, explica como los films de Ozu están hechos siempre con los mismos escasos medios y dedicados siempre a las mismas y esenciales historias, rodados siempre con la misma gente y en la misma ciudad. Ozu retrató la lenta decadencia de la familia japonesa y también la decadencia de la identidad nacional japonesa, antes de llegar lo nuevo, lo occidental y lo americano. Pero Ozu lo observa con fuerte sentido de la nostalgia de aquellos valores japoneses que se iban a perder.
Pero esos films, dice Wenders, son universales y se pueden reconocer en ellos todas las familias del mundo entero, y también sus padres, su hermano y hasta el mismo. Ese es el tesoro sagrado del cine, la esencia y principal función, ofrecer una imagen del hombre de nuestra época, una imagen verdadera, en la que se pueda reconocer cualquiera y con la que podamos aprender algo de nosotros mismos.
A pesar de los premios de Hollywood, la creación cinematográfica en Japón, Irán, Francia, Corea o la India, sigue aun ofreciéndonos hoy imágenes verdaderas. El cine sigue una corriente de historias verdaderas. No solo el film de David Lynch que lleva ese título, desde la salida de los obreros de la fábrica de Lyon, pasando por la nouvelle vague, el neorrealismo italiano, o el cine de Hong Sang-soo en Corea, hasta el propio cine independiente americano de Jim Jarmusch, sigue siendo el espejo de las historias verdaderas, la ventana que nos permite asomarnos al exterior, el tesoro sagrado del cine.