Un perverso binomio patriarcal.

Siempre me ha llamado la atención la cantidad de veces que las películas (más aún las series)  muestran el  cadáver abandonado  y semidesnudo de una mujer mutilada, ensangrentada o violada. Creo que deben contarse por miles, pero es muy posible que sea por millones.

Y es que la mujer resulta ser en el cine y en los medios audiovisuales en general, la más asesinada, la víctima por antonomasia. Su cuerpo, el más expuesto a la contemplación  de  diferentes situaciones de maltrato, incluyendo  el que se produce en los antros donde las mujeres son prostituidas de mil y una maneras.

Por citar un ejemplo reciente de maltratos fílmicos, me referiré a  la película Blonde, sobre la vida de Marilyn Monroe, que  se coloca a la cabeza de los productos de la industria  que se sirven de  mujeres-víctima para fabricar productos rentables. Porque la violencia contra las mujeres resulta ser casi siempre morbosa y muy  comercial.

De hecho, el director del mencionado film  hace de la estrella desaparecida la campeona de  las víctimas sin privarnos de ningún detalle visual de sus padecimientos. Por su parte, a la actriz que la  encarna, Ana de Armas,  le ha bastado un único registro interpretativo para sostener al personaje ante la cámara durante  dos horas cuarenta y seis minutos.

Mientras veía el film, incómoda a más no poder, me preguntaba si ese desagradable  ejercicio sería necesario para hacer visible  lo que la violencia machista, fruto de sistema patriarcal, hace a las mujeres. Si ese tipo de muestras visuales  favorecería la toma conciencia del horror que supone el machismo.

Porque Norma Jean fue  una víctima real, como reales son las cifras sobre agresiones machistas  que los medios de comunicación recogen cada día en un goteo insoportable pero  que  es necesario hacer visible  para poner en marcha políticas públicas que defiendan a las mujeres de tanta agresión.

Así que pareciera que la ficción, y también los noticieros, no hacen más que reflejar la realidad cuando hablan de  mujeres maltratadas.

Y como  vivimos en una sociedad donde, además, las mujeres no suelen  ocupar los puestos relevantes de las empresas, el gobierno, la cultura, los deportes  o la familia, hasta  las películas menos violentas y los informativos más neutros parecen reflejar  la vida tal como es.

Pero no. Ni los medios  de comunicación, noticieros incluidos, ni la ficción reflejan la realidad; al contrario, son ellos los que contribuyen a crearla  siguiendo fielmente  los preceptos del patriarcado.

Para ello, utilizan una trampa  que  nos impide  darnos cuenta de hasta qué punto la reiterada  asociación entre víctima y mujer no persigue romper con la violencia sino perpetuarla, señalando una suerte de   destino, el de la mujer-víctima,  mediante una insistencia perversa que solo muestra lo femenino asociado al hecho de padecer violencia o, de modo más general, al de existir en función del universo  masculino.

La perversidad consiste al mostrar una y otra vez los cuerpos maltrechos de las mujeres como si de objetos se tratara, obviando a la mujer misma,  hasta conseguir   que la condición de víctima femenina parezca una identidad. Y eso se consigue cuando en las pantallas  se oculta la existencia de mujeres verdaderamente  humanas, personas cuya definición y complejidad es independiente de cualquier hombre. Su éxito consiste en asociar el significante mujer al significado cuerpo, cosa, para poder obviar el significado mujer como ser completo, como ser humano.

El engaño, que Blonde parece querer llevar al paroxismo, reside en hacernos creer que Norma Jean/ Marilyn Monroe  fue una mujer definida por su anatomía y, sobre todo, una  víctima pertinaz, una víctima en sí misma.

Esa visión ignora hasta lo más obvio, que fue  su enorme talento interpretativo, razón por la cual, (y no su cuerpo), se convirtió en una mujer de un éxito sin precedentes.

Si en la cinta se escamotea lo obvio, qué decir de otras de sus  facetas más humanas como  la de ser una luchadora  contra la guerra del Vietnam y a favor de la causa de los negros y las mujeres; de su capacidad para enfrentarse a la todopoderosa maquinaria de Hollywood creando su propia  productora, la de  ser  una persona culta y valiente que desafió al sistema uniendo su vida a la de  un comunista etc., etc., etc.

Pero no todo es Hollywood en este desastre, porque algo parecido ocurre  con los datos sobre las  víctimas de violencia de género que ofrecen los medios de comunicación. Fríos, reiterativos, desnudos,  se encargan de recordar  en todos los noticieros el nexo inexorable entre víctima y mujer; sin aportar ninguna información que nos permita humanizar a la persona muerta para alejarla de responder a una expresión de género más, una victima natural y sin honor a la que hasta se puede culpar subrepticiamente de su fatal destino al no haber denunciado previamente a su agresor.

Una mártir de la  que a veces ni siquiera se proporciona  el nombre completo, convirtiendo un asesinato terrible en un   número referido a una víctima irrelevante en sí misma,  de la que lo que importa es cuánto ha hecho engordar la siniestra lista de asesinatos machistas, como si ser asesinada por la pareja fuera lo que la define y por tanto, algo normal.

Pero no ocurre lo mismo con todas las víctimas.

Las del terrorismo, por ejemplo, tienen más fuste, más empaque, sin duda porque hay muchos más  hombres en su lista de muertos. A estas víctimas nadie osa echarles nada en cara, tienen asociaciones a las que recibe el Rey y  están presentes en los actos solemnes de la patria. Lo mismo ocurre con los policías y soldados, compensados con  pensiones y medallas cuando se convierten en víctimas.

Pero ni destino ni identidad.

La mujer no tiene un destino escrito en su biología ni una identidad que la defina como tal, por eso hay que erradicar esa imagen asociada a los estereotipos que aún la mantienen prisionera.

Porque por mucho que le interese al patriarcado (como a otras  ideologías reaccionarias), la identidad femenina no existe,  ni como víctima ni como respuesta a ninguna performance, idea o destino  preconcebido.

Porque  los estereotipos de género son una deleznable pero eficaz  herramienta de dominación patriarcal, nunca  una identidad.

Y porque ninguna mujer pertenecerá jamás a otro género que no sea el género humano.

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