Una larga era de revoluciones.

Revisando la historia reciente, me encuentro con un periodo llamado la Era de las revoluciones. Y el nombre me resulta sugestivo.

Pero por más que me guste, esa denominación solo se refiere a la época que va de 1789 (Revolución francesa) a 1848, año en que las monarquías absolutas trataron de salvar los muebles del vendaval revolucionario con la Restauración.

Durante ese periodo se llevó a cabo la Revolución de la Independencia de EEUU en 1776; la Revolución Francesa en 1789; las revoluciones de independencia latinoamericanas o la revolución haitiana de 1808, que por primera vez abolió la esclavitud en un país. A su vez, esas revoluciones burguesas y liberales se desarrollaron de forma simultánea a la Primera revolución industrial inglesa que, con la aparición del proletariado, acabó por alumbrar la sociedad de clases, frente a la sociedad estamental del medievo que se prolongó  hasta el siglo XVIII.

Por eso, a pesar de ser las revoluciones de 1848 un elemento clave para la Restauración y el surgimiento de las ideas nacionalistas, son también las que nos asoman a un naciente socialismo y a las primeras reivindicaciones de la clase obrera. Así, estos antecedentes que surgen en el propio seno de la burguesía marcarán las revoluciones siguientes y el surgimiento del marxismo como corriente ideológica. Porque será el marxismo el que dote de cuerpo teórico a las aspiraciones sociales escamoteadas por la burguesía industrial al pueblo convertido ya en proletariado.

De ese cuerpo teórico destaca la aspiración/necesidad de acabar con el capitalismo arrebatándole su mismísimo corazón, la plusvalía, hallazgo clave del marxismo. Porque la plusvalía traiciona de plano la aspiración de igualdad al permitir a los poseedores de los medios de producción el aumento de su riqueza a costa de arrebatar a la clase obrera, poseedora de la fuerza de trabajo, el resultado de su propio esfuerzo a cambio de un salario.

La nueva ideología que propugna acabar con la propiedad privada de los medios de producción y la sociedad de clases, el comunismo, hunde sus raíces en el socialismo utópico y dará lugar a la Revolución bolchevique de 1917 cuya influencia se dejará sentir durante el siglo XX de diversas formas. Pero no fue solo el eje comunismo-capitalismo el que engendró durante ese tiempo revoluciones en todo el mundo ya que junto a él se alzaron  movimientos contra el patriarcado, el racismo, el colonialismo, la Iglesia y un sin fin de sistemas que se alimentan unos a otros para hacer muy difícil, si no imposible, cambios de aires igualitarios.

A estas revoluciones hay que añadir las que tuvieron lugar en ámbitos como el Arte (Arte moderno), la Ciencia (Revolución darwinista), la Psicología (Psicoanálisis) etc, etc, etc.

Es imposible dar cuenta aquí de todas las revoluciones que convulsionaron los siglos XIX, XX y XXI pero ofreceré un totum revolutum  a efectos de crear el clima mental del que sacaré más adelante mis primeras conclusiones.

Empezaré por nombrar La Comuna de París de 1871 inspirada en el socialismo autogestionario para, saltando la revolución Rusa, pasar a las revoluciones maoístas de China, Vietnam o Corea y seguir con, por ejemplo, la Revolución anarquista de Manchuria, el pacifismo de Mahatma Gandhi (1869-1948) en  India, la Revolución Mexicana de 1910, la Revolución de las sufragistas inglesas a partir del Black Friday en 1910, las revoluciones españolas de los años 30, los choques entre imperios/potencias de 1914 y 1939, la expansión y caída del fascismo, el auge de los movimientos guerrilleros y el populismo en Latinoamérica, la Primavera de Praga, la caída del Muro de Berlín o la desintegración de la Unión Soviética.

Eso, además de la resistencia contra la guerra de Vietnam que de la mano del movimiento hippie, heredero del anarquismo, extendió en EEUU el elocuente slogan de haz el amor y no la guerra, la revolución cubana en 1955, la guerra de Angola, los movimientos antirracistas en EEUU o Sudáfrica, el Mayo francés (también heredero del anarquismo), el Movimiento Zapatista de Chiapas o la resistencia de los pueblos originarios de Iberoamérica que se me antoja una forma diferente de revolución.

En el lado opuesto al modus operandi de los pueblos originarios, distintas formas de terrorismo han tratado de forzar cambios revolucionarios de diverso signo. Por su parte, luchas feministas han salpicado el mundo en una línea ininterrumpida de conquistas para las mujeres. Más recientemente, el movimiento Me too de marcada repercusión internacional cambia el paradigma del sometimiento silencioso  al poder masculino; el ecologismo pone en cuestión el crecimiento capitalista y la aparición del animalismo plantea un mundo en el que el animal humano deja de ser la referencia.

Estuvo también el movimiento de los indignados, el de los chalecos amarillos, el 15 M o las primaveras árabes… así como las luchas chilenas por una nueva Constituyente o la reciente revuelta colombiana contra una ley impositiva regresiva que asfixia al pueblo sumido en la pobreza, la violencia y la corrupción de sus gobernantes.

Y están y estuvieron todas las luchas que puedo haber omitido sin querer, que ni siquiera conozco (en especial las de África) o que el espacio de este artículo no me permite mencionar, de lo que me disculpo de antemano.

En todo caso, no se puede decir que en términos revolucionarios, los últimos dos siglos hayan sido modestos. Pero llegados aquí, quiero apuntar que del sinfín de luchas revolucionarias que se han encendido a lo largo y ancho del planeta, se puede hacer una clasificación sencilla que resume las de inspiración progresista en tres tipos: las que buscan cambios concretos de paradigma, cambios locales, sectoriales o que atañen sólo a una parte de la población; las que han intentado realizar cambios globales que afectan a la humanidad en su conjunto y las que han tratado de frenar una y otra vez los avances de las dos anteriores, llamadas estas últimas Revoluciones conservadoras, reaccionarias o contrarrevoluciones.

Sea como sea, lo cierto es que unas y otras no han dejado títere con cabeza en un intento a veces suicida de cambiar el paradigma de la vida humana en todas sus facetas. Si la Revolución francesa abrió una era de revoluciones que desembocó en una Restauración (con los pies de barro al fin y al cabo), el tiempo que siguió a esa época no puede por menos de ser tenido como un nuevo ciclo revolucionario en el que aún estamos inmersos.

Da la sensación de que una vez abierta la espita de  los derechos políticos que reconocen la igualdad de todos los seres humanos, aceptada la soberanía popular, la libertad y la legitimidad de la lucha contra la tiranía, la humanidad hubiera entrado en un periodo de efervescencia tratando de ensayar fórmulas  para conseguir que esos derechos se hagan realidad más allá del mundo occidental y su paradigma blanco, colonial, capitalista y patriarcal.

Pero antes de seguir quiero dedicar unas breves líneas a un tipo de revolución especialmente interesante no solo por el carácter materialista  de su teorización, sino por su vocación de abarcar todos los ámbitos del desarrollo humano a la vez que a toda la humanidad. Me refiero a las revoluciones proletarias de inspiración marxista que convulsionaron el siglo XX y cuya influencia sigue vigente. De su importancia nada tengo que añadir, pero sí señalar tres errores asociados a sus fracasos:

 -Un autoritarismo dogmático ligado al culto al líder, propio del medievo, con sus purgas y sus autos de fe.

-La conceptualización del Partido como  vanguardia de la clase obrera y  único instrumento con legitimidad para conducir los destinos del pueblo, algo que, al fin y al cabo, supone otra forma del para el pueblo pero sin el pueblo del Despotismo Ilustrado.

-El mantenimiento de privilegios crecientes solo para unos pocos, típico tanto del Régimen medieval como de la burguesía capitalista.

No menciono aquí nada relativo a la economía planificada frente al libre mercado propugnado (hipócritamente, por cierto) por el sistema capitalista porque no me parece en absoluto definitoria de su fracaso, sino tal vez, un efecto colateral del mismo. Pero eso es otra historia.

Así que, visto en perspectiva, es imposible no darse cuenta de que nos encontramos en un momento histórico delicado tras el fracaso de los modelos comunistas y en vista del avance de la contrarrevolución conservadora que ha desactivado considerablemente  el potencial de la socialdemocracia dejando a los movimientos transversales  como único baluarte de la resistencia radical y la revolución.

Porque aún no sabemos si esta sucesión de  tours de force en el que el eje comunismo/capitalismo parece haberse debilitado, se decantará del lado del sueño de igualdad que tiene el mundo desde tiempos remotos, según declara  el propio Marx, o si por el contrario se instaurará alguna de las distopías planetarias que la literatura de ciencia ficción viene describiendo  y que tan bien encajan con los vientos actuales.

Por eso hay que fijarse en nuestro tiempo con muchísima atención. Porque es aquí y ahora donde la humanidad se juega el más hermoso de los sueños o la peor de las pesadillas.

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