Vivir para siempre (II). Lo que somos, la memoria y la conciencia de uno mismo.

Desde luego no es la inteligencia la clave de lo que somos y sí parece serlo, en cambio, la memoria.

Porque inteligentes,  y más inteligentes que nosotros, llegarán a ser nuestros alumnos aventajados,  los diferentes tipos de robots  fruto del machine learning, la inteligencia artificial, la robótica, el big data…

Pero incluso visto de una forma global, cuando nosotros hayamos transmutado en seres de silicio como ellos (o en una mezcla de silicio y carbono muy evolucionada), nos diferenciaremos de ellos por la  memoria de lo que somos, es decir por la memoria humana.

A nuestra  imagen y semejanza

 Aunque puede que esa memoria humana  no acabe siendo  más que un resto evolutivo que acabe por desaparecer, también es posible  que perviva como  antecedente ( y referente)  de los seres que consigan vivir para siempre.

En todo caso, tanto los cyborg humanos (o posthumanos) como los robots no humanos tendrán en común una especie de: “fabricado a  imagen y semejanza humana” que debería hacernos  pensar en nuestra enorme   responsabilidad. Ahí está sin ir más lejos el peligro de que cyborgs y robots en lugar de confluir acaben por separarse hasta llegar al enfrentamiento, lo que sería un comportamiento terrorífica y típicamente humano. Pero esa es otra historia…

De cualquier forma, antes de llegar a ese escenario de silicio (así lo imaginaremos por ahora), tendremos que enfrentarnos al enigma de la consciencia humana y del yo.

¡Ah, la vida!

Del yo ya habló, y mucho, el señor  Freud que también trajo a colación el inconsciente, lo que viene a complicar la cosa. Porque para diseñar los algoritmos capaces de interpretar la información mental orgánica y convertirla en inorgánica (o algo así), para que se produzca la mutación de analógico a digital (o algo así), de  carbono a silicio (o algo así), de biológico a tecnológico o una mezcla de todo ello, no será suficiente con establecer lo que creemos ser, sino lo que somos.

La labor es ingente, desde luego. Requiere calibrar  el contenido y peso del inconsciente y sus mecanismos de intromisión en el consciente, establecer los modos de pensar, de razonar, de crear, de gozar y de sentir (de cada individuo), de almacenar conocimientos y experiencias de cada uno… y desde luego de recuperar la memoria personal.

Respecto a la memoria, no cabe duda de que no solo es necesario mantener el  recuerdo de los hechos y experiencias de cada vida, sino también, y sobre todo, el recuerdo de cómo han ido influyendo en nuestro aprendizaje y, por tanto, en quiénes somos.

Si uno observa a los gemelos univitelinos no tarda en comprender  que a pesar de tener la información genética idéntica empiezan a diferenciarse desde el minuto cero  de su existencia. Y la clave es precisamente la memoria. Una experiencia, incluso una microexperiencia vivida en el vientre de la madre genera un “recuerdo” diferente en cada uno de ellos, lo que constituye el punto de partida para su individuación. Es imposible que incluso durante la gestación las experiencias de los dos fetos sean idénticas (uno está más cerca del corazón y oye más profundamente el latido de su madre, otro  nace con dificultad por ser el primero y  otro fácilmente……en fin ) y su personalidad se construye en cascada sobre cada experiencia.

Como nos sigue pasando después de nacer. Como nos pasará siempre, quizá hasta haber formado el carácter, momento en el que empezamos a repetirnos.

La memoria puede considerarse por tanto  la base de la singularidad del ser humano, más incluso que la genética.  La memoria nos hace distintos porque la vida nos hace distintos. ¡Ah, la vida!

Cada uno tiene un modus operandi

Pero no por ello podemos sustraernos a esa genética que nos gobierna por debajo de todo  y que también deberá incorporarse a nuestro yo futuro. (¿Será este el momento de hacer algún retoque a  nuestra base genética?… No adelantemos acontecimientos).

¿Pero cómo hacer todo esto? Es evidente que tendremos que crear algoritmos que simulen nuestro modus operandi personal e intransferible y para ello habremos de conocer cómo opera el cerebro y también cómo opera nuestro cerebro.

Hace poco leí que los recuerdos no solo generan una vía neuronal para traer al presente  el hecho rememorado sino que, además, crean otra vía con información adicional de la última vez que recordamos. ¿Eso supone falsear los recuerdos con cada acto de la  memoria?… puede ser. Pero  quizá ya lo sabíamos…

Sin embargo, aún no hemos terminado de tener en cuenta elementos que nos definen a cada uno de nosotros. Nos queda incorporar ¡cómo no!  la biografía de nuestros padres y de nuestra familia entendida como grupo primario (y de los demás elementos sociales primarios) encargados de configurarnos según los estándares de nuestra sociedad.

Nos repetimos demasiado

Una labor ingente, la verdad. Y además de ingente, podría ser inabarcable si no fuera por los avances del big data y otros muchos más.

Porque al igual que  el ejemplo de las dos  vías de los recuerdos puede significar que tal vez no sea necesario conocer detalladamente el modo en que opera el cerebro (y solo necesitemos observar los resultados), se me ocurre que  es posible que la capacidad de procesar información masiva simplifique las cosas y  al analizarnos desde fuera, sea capaz de identificar los  patrones a los que solemos recurrir a lo largo de nuestra vida.

Es posible que, sin siquiera darnos cuenta, y más allá de este o aquel  factor,  los humanos adultos repitamos una y otra vez un mismo  modus operandi  y que este sea relativamente sencillo. Si es así, todo sería más simple de lo que parece pues una vez definido un ser adulto, solo quedaría saber cuándo y por qué introduce  variaciones en sus respuestas o en sus modos de razonar, pensar o sentir.

A la postre, es posible que no seamos tan complicados como creemos, lo que, por otro lado, no deja de ser un incómodo ataque a nuestra vanidad.

Pero sigue habiendo un problema porque aunque pudiéramos reconstruir un yo relativamente parecido al nuestro, aún nos quedaría saber cómo construir la consciencia, esa sensación profunda y única que produce la experiencia del yo. Porque sin eso, no seremos capaces de identificarnos con los seres binarios (cuánticos o lo que sea…)  que seremos y, por tanto, no podremos derrotar  a la muerte por más que la medicina consiga prolongarnos la vida biológica.

Así que me parece que habrá que pensar un poco más en  la consciencia.

(Continuará…)

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