Votar a un partido que no se rige por normas democráticas es igual a poner al zorro al cuidado de las gallinas.

Después de las  uvas me encuentro con el Tribunal Constitucional afirmando   que los afiliados a los partidos políticos les deben fidelidad a sus organizaciones y que, por tanto, no podrán  hacer declaraciones que perjudiquen su imagen. También concede a dichas formaciones libertad para elegir  su modo de organización.

¿Pero cómo puede el Constitucional fallar contra la propia  Constitución?, ¿qué pasa con la libertad de expresión en un tema tan crítico para la democracia como es la expresión de la propia política? ¿No debería ser precisamente  al revés?, ¿no se debería garantizar especialmente la libertad de expresión política?

Eso sin contar con lo que pasará cuando una  militante electa (igual si es un militante) tenga que votar en conciencia en el Parlamento, ¿qué ocurrirá si tiene que hacerlo contra las directrices de su  propio Partido? (y naturalmente  explicar por qué), ¿qué fidelidad deberá prevalecer entonces, la fidelidad al partido o la fidelidad a los electores, es decir, la fidelidad al propio sistema democrático?

Por otro lado, ¿a quién hay que guardar fidelidad dentro de un partido,  a su secretario/a general?, ¿a otros órganos de dirección?…

¿Y qué pasa si ambos no están de acuerdo? ¿qué pasa si uno/a u otros no respetan sus propias normas?… ¿a quién guardar fidelidad entonces?

Ah!, ya lo entiendo; no me daba cuenta…. es sencillo, solo hay que estar bien  atento para saber quién conseguirá hacerse con el poder. La cosa es realmente simple: seguir siempre al poder.

Así que,  si lo pensamos mejor, es posible que el Tribunal Constitucional no haya hecho más que reconocer lo que es una verdad a voces: Que  los partidos políticos son libres de adoptar  el modo de gobernarse que les parezca oportuno…lo que quiere decir que pueden elegir entre ser democráticos o no serlo, regirse por reglas propias de las personas libres  o asumir normas  autoritarias propias de las dictaduras, los estados de excepción, los estados de guerra o  los ejércitos…

Y todo ello sin renunciar a ser lo que son: el eje sobre el que pivota nuestro propio sistema político que les otorga precisamente a ellos  todo el poder ya que solo ellos pueden concurrir (y ganar)  unas elecciones.

Así que llegamos a la conclusión de todo este lío de fidelidades: votar a un partido político que se rige por normas no democráticas con la esperanza de  que  defienda la democracia  es lo mismo que  poner al zorro a cuidar de las gallinas. Y ahora resulta  que además, siguiendo al Constitucional, nuestra fidelidad debe estar con el zorro.

Queridos amigos y amigas, no solo hay que reformar el Senado, las Diputaciones Provinciales o el propio Tribunal Constitucional…creo que este último  acaba de contribuir con su sentencia a que la reforma de  los partidos políticos sea cada vez más urgente.

3 comentarios sobre “Votar a un partido que no se rige por normas democráticas es igual a poner al zorro al cuidado de las gallinas.

  1. Muy de acuerdo con todo lo que comentas. El Tribunal Constitucional se ha convertido en otra institución politizada del Estado. Sus ultimas sentencias no hacen sino contribuir a su desprestigio, por erradas. El Gobierno ha colocado allí sus afines, priorizando la ideología de sus miembros sobre la trayectoria profesional. Con sus recursos pide al tribunal que se pronuncie sobre cuestiones que son claramente políticas y no jurídicas. Y ha desprestigiado esta institución, que también está en crisis, como el resto de instituciones. Esta es una sociedad envejecida política, social y jurídicamente que necesita una urgente renovación constitucional, que adapte a los tres o cuatro poderes a la nueva realidad.

  2. El PP y el PSOE se han vuelto a apresurar a iniciar negociaciones para repartirse las vacantes del TC. Está claro que la gestora no piensa salirse ni un poquito de la recuperación del bipartidismo y que , efectivamente, están más por la labor de sobrevivir como casta política que deberse al voto de lxs ciudadanxs. La asfixia de las instituciones del Estado tiene nombres y apellidos.

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