El  mundo y el nido de la serpiente.

Lo malo de estos  vientos huracanados  que soplan dese el otro lado del Atlántico y que tanto nos alarman es que los muertos de Gaza han pasado a un último  plano como si  importaran ya  muy poco; de hecho queda claro que  ni siquiera importaban antes de que se hiciera evidente que el sistema se estuviera revolviendo  contra sí mismo en el centro neurálgico de su imperio, en el nido mismo de la serpiente.

Pero  deberíamos haberlo visto venir, y no me refiero solo al insoportable holocausto que se sigue perpetrando ante nuestros ojos en  Gaza o a la guerra de Ucrania con la sombra siempre presente de que podía haberse evitado, sino a todo lo que agita nuestro mundo, incluido el ascenso de una extrema derecha que no oculta sus intenciones ni sus aliados.

Sin embargo no podemos decir que no conociéramos  algunos de los orígenes de lo que nos está pasando, como los devastadores efectos que significó para millones de personas  una globalización que se expandió por el mundo  a lomos del capitalismo financiero y tecnológico desde los albores del nuevo siglo.

Porque pronto supimos que  la  deslocalización de las industrias tenía un efecto demoledor en el empleo de los obreros de ciertos sectores  así como que significaban  el declive de sus organizaciones sindicales. Como no tardamos en saber  que la digitalización de los productos financieros encerraba una  peligrosísima opacidad que dio la cara en la crisis de 2008, con activos tóxicos troceados y dispersos gracias a algoritmos que nadie era capaz de controlar.

Tampoco  ignorábamos  la impunidad fiscal con que actuaban  las grandes  tecnológicas  en  los países en los que  prestaban  servicio, localizando sus sedes a conveniencia,  mientras conseguían torcer el brazo a unas democracias  incapaces de hacerles pagar ni una décima parte de lo que correspondía a sus enormes beneficios.

También habíamos tenido tiempo de observar las derivas antidemocráticas de la globalización a través de sus  políticas desregulatorias y privatizadoras que, como en el caso de la apropiación de  internet, permitió  introducir  en el corazón de nuestras sociedades dinámicas narrativas dogmáticas, polarizadores, adictivas, negacionistas y ultras.

Eso, además de robarnos nuestros datos personales para ponerlos al servicio de una Inteligencia Artificial  privada y sin control, en manos de una decena de  hombres poderosos y sin escrúpulos que además se jactan de serlo.

En definitiva, sabíamos lo de una globalización capaz de crear una IA  a  imagen y semejanza  de una ideología ultra y desinhibida  que  amenazaba, y amenaza,  a los ciudadanos y ciudadanas del mundo  con hacer realidad  terribles distopías que ya conocíamos por ficciones que en su día nos parecieron  tan  descabelladas como improbables y que hoy parecen acecharnos a la vuelta de la esquina.

Y sin embargo, a pesar de todo eso, hemos aceptado con naturalidad  la  globalización  como el signo de los nuevos tiempos, como algo  saludable para mercados y consumidores, algo  que debemos defender  y que, hoy por hoy, seguimos reivindicando junto a la defensa cerrada  del libre mercado y del crecimiento económico como símbolo de progreso.

Y por esa razón, porque la globalización no había creado precisamente un mundo color de rosa,  es por lo que no puede dejar  de desconcertarnos un incomprensible momento actual  repleto de incongruencias, una de las cuales se deriva de que  el freno  a esa globalización que desprecia la democracia de  países soberanos  provenga precisamente del ala más antidemocrática del propio sistema.

No deja de resultar  desconcertante el apoyo cerrado de los gigantes tecnológicos a la candidatura de un Donald Trump que, a pesar de ello,  no  ha dudado en disparar  las balas incendiarias de los aranceles tratando de convertirse en  un régimen que desprecia el entendimiento con sus aliados para cultivar una deriva autárquica sin complejos.   

Con toda seguridad, nos habría parecido más coherente que  los mandarines de la globalización, amantes de todo tipo de deslocalizaciones y desregulaciones  hubieran apuntado contra  los restos  de lo que parecía ser el antiguo régimen, con sus  obreros blancos fieramente localizados en sus fábricas locales y sus sindicatos dispuestos, si a mano viene, a convocar una  huelga para subir los salarios.

Porque mientras  ya desde su primer mandato, Trump parecía representar el pasado,  con sus ideas anticuadas sobre las mujeres, su obsesión por  la reindustrialización, su neoimperialismo a la antigua usanza y sus aranceles pasados de moda, el nuevo imperio digital prometía seguir prosperando sin sobresaltos bajo un mercado cada vez más “libre”, sin  trabas, aranceles o impuestos  que dificultasen  su expansión a nivel mundial, como ha venido ocurriendo hasta ahora en un sistema de global capaz de asegurar beneficios nunca vistos al sector financiero, gran aliado de la expansión tecnológica norteamericana.

Así que cabe preguntarse si Elon Musk, sus compañeros digitales y los sectores financieros afines  se incorporaron al bando trumpista  de forma consciente  y, de ser así, qué tipo de cálculo manejaban para no ser deglutidos por las políticas autárquicas que el nuevo inquilino de la Casa Blanca nunca ocultó.

Lo cierto es que es difícil de saber el grado de cálculo llevado a cabo por unos y por otros,  desde los gigantes tecnológicos hasta su aliado, el  sector financiero, pasando por  el complejo  industrial clásico; la banca a la antigua usanza o las compañías energéticas, farmacéuticas o  armamentísticas.

 Pero si observamos no solo lo que aleja a esos unos  de otros y miramos hacia lo que  los une puede que encontremos alguna respuesta. Porque tal vez se trata de una alianza que ha optado por priorizar la expansión de las ideas  autoritarias sobre determinadas consideraciones económicas, esperando que estas últimas acaben ajustándose de algún modo. Porque si  como promete su nuevo líder se tiene el poder sobre el mundo, nada debería impedir, al fin y al cabo, el dominio económico de todos.

Sin embargo, hay algo que no acaba de encajar en esta hipótesis ya que el capital no suele moverse  de ese modo, no acostumbra a  unir sus fuerzas  para establecer estrategias a largo plazo ni gusta de poner las  consideraciones económicas en segundo plano, aunque sea por un tiempo limitado. Los agentes del capital más bien suelen tratar de hacer descarrilar a sus oponentes aprovechando cualquier ventaja competitiva  que puedan conseguir, legítima o no.

Y esa puede ser otra  de las claves del apoyo de los “ultrarricos” a Donald  Trump  ya que la arrolladora fuerza autoritaria del magnate puede llegar a ser, sin duda, una fuente inagotable de ventajas  de dudosa legalidad pero muy beneficiosas para quienes le rinden pleitesía.

Es cierto que en el régimen  trumpista  priman las ideas  ultraconservadoras asociadas al pensamiento fascista o incluso nacional socialista, a saber: supremacismo racial y cultural, odio al extranjero, desprecio por la democracia, rearme de los valores patriarcales, división de los seres humanos  en ganadores y perdedores, sometimiento de la naturaleza, colonialismo  y, a modo de colofón, el dominio absoluto sobre el mundo  en su globalidad, incluyendo el espacio exterior. 

Y más allá de lo extemporáneo que pueda resultar alguna de ellas para determinadas sensibilidades hipócritas, no deja de ser cierto que esas ideas, con la del dominio del mundo incluido, no dejan de ser muy tentadoras incluso para los defensores de la globalización y el liberalismo  ya que, al fin y al cabo, autoritarismo frente a libertad no deja de ser un falso dilema para quienes se guían exclusivamente por el interés, la vanidad y la avaricia.

Y de esas tres características, los protagonistas de nuestra historia van más que sobrados.

Así que todo ello nos lleva a pensar que lo que está ocurriendo  tal vez no tenga tanto que ver con dos concepciones del capitalismo aparentemente enfrentadas, una perteneciente al pasado y otra al futuro, sino que pone de manifiesto lo que desde hace décadas es un secreto a voces, un secreto que salió a la luz en  la crisis de 2008 pero que, a pesar de quienes aconsejaron  refundar el capitalismo (como el propio Nicolas Sarkozy), se consiguió silenciar  en aras de un rearme que permitiera acabar no solo con esas voces provenientes del propio sistema, sino con todas las voces.

Un secreto que varios lustros después se vuelve a desvelar  para reconocer que el mercado capitalista nunca ha defendido la libre competencia. Que el mercado capitalista gusta del monopolio, el ventajismo y la trampa. Que no ama la democracia sino que se sirve de ella y que utiliza la política  en su propio beneficio o simplemente para acabar con ella.

Así que estamos asistiendo a un fenómeno capaz de unir las fuerzas reaccionarias más diversas (económicas, políticas e ideológicas)  al servicio de un objetivo de dominación capaz de asustar a lo que queda del  mundo  democrático,  confiado e indeciso  que, aun habiendo podido hacerlo, prefirió no verlo  venir.

Así que nada es esto  tiene que ver directamente  con las fábricas de Detroit ni con  la balanza comercial de EEUU.  Más bien tiene que ver con haber llegado a una situación crítica en la que   o el gigante norteamericano consigue dominar los sectores productivos claves de la actividad económica mundial en los que está perdiendo terreno  o desparecerá del mapa  como la potencia que fue.

Y la clave no está en el enfrentamiento entre autarquía y globalización, como vienen repitiendo  muchas voces en Occidente, sino en el hecho de que tras el giro mundial hacia  políticas energéticas más acordes con la conservación del planeta, las fuerzas norteamericanas que impulsaron una  globalización de crecimiento ilimitado como forma de huir hacia delante, están a punto de perder pie.

El éxito de una startup china que en solo dos años ha sido capaz de poner  en el mercado DeepSeek,  la IA artificial de código abierto que consume mucha menos  energía que la de la norteamericana de OI es un ejemplo que ilustra a la perfección lo que está pasando.

También lo es  la irrupción de los coches eléctricos del país asiático que se desarrollan a una velocidad inesperada mediante tecnologías más avanzadas y precios extraordinariamente competitivos; la penetración imparable de TikTok; la floreciente industria de los microchips  o la abundancia de  tierras raras de China  hablan de un empuje tecnológico mucho más pujante, ágil, competitivo y sostenible que las ya “pesadas” tecnológicas estadounidenses, cuyo reinado está seriamente amenazado.

La globalización norteamericana (y no solo tecnológica sino también energética), acostumbrada a imponerse fuera de su propio mercado mediante el vasallaje, sometiendo incluso a sus aliados, ha encontrado por fin en China  ese competidor que tanto temía, un competidor capaz de plantarle cara y ganar. Y los asustadizos  “megarricos“, defensores del libre mercado, han corrido a cobijarse bajo las alas de papá autarquía. Fin de la historia.  

Por eso los Bezos, Zuckerberg o Musk de turno, tras perder en el campo de batalla de la competencia,  han corrido a apoyar con sus millones al único candidato capaz de desatar una guerra frontal contra China.

Así pues, el cálculo era sencillo. Si se pierde pie en el mercado global, mejor beneficiarse de las ayudas y prebendas prometidas por  un todopoderoso protector capaz de otorgar  concesiones nada menos que para explotar el espacio sideral.  Alguien capaz de entregar a manos privadas como las de  Jeff Bezos el servicio nacional de correos de un país como EEUU y así sucesivamente.

Pero no nos engañemos, la guerra va ser dura, porque lo que está en juego no es el éxito de una globalización que nunca estuvo asociada al libre mercado  sino al  monopolio, el robo masivo de datos, el vasallaje y la penetración autoritaria,  como tampoco está en juego una economía basada en un mayor o menor proteccionismo.

Lo que está en juego es la democracia, la libertad y los derechos. Lo que está en juego  es que el futuro de la tecnología asociado a la inteligencia se convierta en el verdugo de nuestras libertades y nuestra dignidad  a manos de una dictadura regida por indeseables confesos.

Lo  que está en juego es el mundo.

2 comentarios sobre “El  mundo y el nido de la serpiente.

    1. Ya, pero todo se andará. Ahora mismo solo veo la necesidad de entender y resistir. Pero aunque la esperanza está tocada, han de pasar cosas que tal vez nos dejen entrever algún camino. Entre tanto, resistir, resistir y resistir. Y dar vueltas a todo, hacer hipótesis, observar…. para estar listas cuando lo veamos más claro. Y pensar en que sea lo que sea lo que tengamos que hacer, será necesaria la unidad.

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